
La transformación que va sufriendo el personaje de Peter Loew a lo largo del discurso (recordemos que existe un abismo entre su mundo interior y la realidad circundante, esto es, la historia) le lleva a creer que es un vampiro y a comportarse como tal (si tenemos en cuenta los referentes universales del mito en la conciencia colectiva), rayando en lo absurdo y lo ridículo, pero al mismo tiempo, despertando en el espectador un atisbo de tristeza: esos pobres locos a los que, de alguna manera, entendemos y por los que sentimos cierta lástima.
Pero aún va más allá: el visionado de Vampire's Kiss nos está alertando del peligro que supone la tergiversación de ciertas modas o corrientes estéticas que, indefectiblemente, están abocando a una gran mayoría de jóvenes a esa forma de locura en la que creen, o aparentan ser, algo que no son, con rasgos patológicos bien definidos.
Porque a Cage, el papel le viene como hecho a medida, y ni siquiera la presencia de Jennifer Beals, Elizabeth Ashley o María Conchita Alonso consiguen evitar esa sensación de relleno y mera comparsa. Vampire's Kiss, como tantas otras, es perfectamente recomendable en su versión original, para no perder ni un ápice de su verdadero encanto, y más si tenemos en cuenta que su actor de doblaje en español no suele ser el mismo en todas sus películas.